Dejé pasar un par de días para reacomodar los pensamientos y las sensaciones.
Describir tácticas, jugadas, detalles de un partido de fútbol, era en vano. Hasta hoy lo sigue siendo.
Luego del pitazo final de Ariel Penel, los 90 minutos que habían transcurrido no podían ser traducidos al lenguaje de un simple comentario fútbolístico. Porque a pesar de cumplir una función periodística esta vez el hincha interior solamente podía procesar todo en torno al largo camino recorrido hasta esa tarde-noche de miércoles en Caballito. No sólo el tramo perteneciente a esta campaña, sino el lastre de, para bien o para mal, haber conocido una infinidad de canchas y paisajes diferentes de nuestro país durante los últimos quince años.
Sabíamos que no sería fácil cumplir el objetivo final al que nos aferramos fervientemente. También que nunca habíamos estado tan cerca de regresar a la Primera División. Por eso reventamos la tribuna, la platea. Por eso el barrio respiraba un clima de optimismo, celebración y comunión con un equipo que le había devuelto la esperanza a ese público sufrido, golpeado, a esos socios rebajados hasta diciembre de 2014 a no tener voz ni voto. De acercado nuevamente a muchas personas que un modelo de exclusión judicial las había desmotivado y hecho desistir de pagar una cuota para no recibir nada a cambio. Sólo destrato y un futuro más que negro.
Eran tantos los sentimientos enfocados en positivo, la certeza que nada podía detenernos, a tan sólo un año de recuperar la democracia instititucional, de comenzar a ver logros en poco tiempo y solamente nos separaban 3 pasos del ascenso, que no cabía un desenlace triste en nuestros corazones.
Hubo un partido. Un primer tiempo. Llegó un penal a favor de Santamarina dónde Limousin no pudo esta vez convertirse en héroe. Existió un tiro desde los doce pasos a nuestro favor. El “Pupi” se hizo cargo de su capitanía. Tanta fuerza, ganas e ilusión inyectada en esa pelota hizo que tomara demasiado vuelo y no pudo concretar el empate.
Restaba el complemento. Con la imágen de once profesionales poniendo todo su esfuerzo y actitud a pesar que las piernas respondían cada vez más a los nervios que la serenidad. Con la entereza de un equipo que adelantaba todas sus líneas para dar vuelta el resultado porque la historia lo demandaba. Con un aliento que no cesaba y esa llama de la ilusión que seguía encendida. De repente en una contra letal ya en tiempo de descuento el conjunto tandilense se aprovechó de un arriesgado verdolaga y liquidó el trámite. Nos liquidó.
Se hizo todo más cuesta arriba que nunca y no nos quedó otra que la resignación. Bajar la cabeza, contener las lágrimas de desazón y volver a levantar la mirada hacia el campo de juego para dar gracias.
Agradecer que de tanto navegar por la intrascendencia volvimos a creer. Agradecer el resurgimiento de la mística y el poder sentirnos identificados con un cuerpo técnico, un plantel que demostró no solamente su derecho a cobrar un sueldo. Tipos que nunca tribunearon ni vendieron humo. Que al momento de recibir críticas y abucheos no respondieron en el alcance de su máximo rendimiento fútbolístico y resultadístico con alguna declaración vindicativa. Ni gestos más que transpirar la camiseta.
Puede parecer muy poco, podrá pensar alguno que fue un fracaso el haber caído en esta semifinal. Pero dándonos un baño de humildad, viendo el pasado reciente y proyectándonos hacia el futuro, puede decirse que ganamos. El mundo volvió a posar su atención sobre el centro geográfico de la Ciudad de Buenos Aires, encendimos una señal de alerta a todos los que nos consideraban cadáveres deportivos y sociales.
El fútbol, un resultado, a veces no es justo con las trayectorias ni los merecimientos. Lo sufrimos en aquella final extraña de la “B” Metropolitana con Deportivo Español, luego de haber finalizado ese torneo punteros y a años luz del resto de los participantes. Era el fin del mundo, pero al año siguiente pudimos lograr el ascenso.
Habiendo recuperado el autoestima, la dignidad en el césped, no es utópico pensar que vuelva a repetirse esa especie de revancha que tuvimos en Ingeniero Maschwitz y en Junio de 2016 las lágrimas se apoderen de nosotros, cargadas de felicidad.
Hoy, la ilusión se va de pretemporada y en pocos meses más le tendremos que echar leña para encenderla.
Hoy, no queda más que agradecer porque de una o utra manera volvimos.
Sí, volvimos.