Perdón, Marcelo

Pensaba escribir estas líneas dentro de unos meses, sea cual fuera la resolución del campeonato. Pero algo me decía que este era el momento.
Aquella tarde dónde Sportivo Estudiantes de San Luis clavaba tres puñaladas a nuestra ilusión y nos empujaba de nuevo a los paisajes apocalípticos recorridos en los últimos 15 años, dejé de creer. Sinceramente, fue tanto el dolor y la sucesión de frustraciones acumuladas, que por ese momento dejé de creer. Otra vez se volvía a repetir la colisión de las expectativas con la realidad.
Pero los deseos permanecían intactos, a pesar de los golpes y de pensar que algo se había roto aquella tarde en Caballito. Mi corazón verdolaga se negaba a creer en otro año de fracaso. Y luego de aquella dolorosa derrota, desde afuera de la cancha hacia dentro y viceversa nos sumimos en un peligroso intercambio de visiones que sacaban todo de contexto. Y todo dolía.
Pero el resquicio para la fe no estaba agotado. Nunca se pierde, menos cuando se trata de fútbol. Esa actitud y el juego coherente que el equipo había mostrado en el inicio del torneo, se fue recuperando y de a poco tus muchachos fueron dejando más certezas que dudas.
Primero comenzaron los resultados positivos en la Copa Argentina, luego trasladados al torneo oficial. Y si bien el equipo no mostraba un despliegue futbolístico excepcional, había altibajos que amenazaban con impedirnos meternos de lleno en la pelea del ascenso y continuar viendo de reojo los promedios, era suficiente con el regreso a las fuentes de la garra y las ganas de dejar la piel en la cancha. Con la tenacidad de no mostrarse vencido ni aún vencido, de repente y casi sin darnos cuenta, nos vimos arriba, cuando semanas atrás, el destino era el cadalso y sentíamos las manos del verdugo preparando el nudo de la soga.
A pesar que algunos cambios y planteos no me convencían, me era suficiente con que podías transmitirle a los jugadores seguridad y convicción para ir al frente. Volvía a emocionarme y a creer que esta campaña no iba a ser más de lo mismo que veníamos sufriendo en los últimos 15 años.
Y en esa gélida noche de martes, lloré Marcelo, como el día de la derrota con Sportivo Estudiantes. Pero esta vez fue de alegría. El cabezazo del “Pupi” Salmerón que abrió un partido trabadísimo, revolvió en mi interior millones de sentimientos acumulados, difíciles de traducir en palabras.
No alcanza fundamento metafísico alguno para llegar a un entendimiento sobre la magia que brotó desde el césped y se expandió hacia las tribunas en ese instante. Esta vez sobrevolaban Caballito los buenos espíritus y no los fantasmas de siempre. Y ni hablar cuando Medina rompió el arco y puso el 2 a 0. Si en ese lapso de tiempo los ojos no podían parar de humedecerse, ahí el llanto irrumpió para rememorarnos cuán grande es Ferro y como lo habían vapuleado, marginado durante más de una década de dictadura a conformarse con pequeñas cosas; como agradecer que las puertas del Club sigan abiertas, que competir y mantenerse ya era suficiente. Nos habían resignado a la intrascendencia.
Y la otra noche, Marcelo, terminé de entender que tenías el mismo anhelo de todos nosotros. Que a veces olvidamos que nuestra humanidad siempre es propensa a cometer errores y lo más hermoso de todo es repararlos y aprender de ellos. Que lo peor es la necedad. Aprendimos a ser más pacientes nosotros, los penitentes de la pasión. Y vos también seguramente Marcelo, has aprendido muchas cosas en este tobogán emocional que fueron las últimas 35 fechas.
El martes, no tuvimos que explicarle a un pibito de 5 años porqué perdíamos siempre. El nos pregunta ahora por cuántos goles vamos a ganar.
Y eso, te lo debemos en gran parte a vos, Marcelo. Gracias y perdón.

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